Un niño le rogó a su mamá que le diera los últimos $13 que había ahorrado para su comida para iniciar un negocio. Varios meses después, la llevó al lugar donde habían vivido y le dio las llaves de su lujoso hogar.
Motivar a los niños a trabajar duro con determinación les ayuda a convertirse en personas responsables. Era algo en lo que Anna Brito creía y le había enseñado a su hijo, Simón.
“¿A quién le importa si mi hijo y yo vivimos en un viejo remolque oxidado? ¡Un día, podremos dejar esto atrás y viviremos rodeados de comodidades!”, solía soñar la joven viuda que trabajaba como conserje y se esforzaba para llegar a fin de mes.
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Un día, las oraciones de la madre fueron respondidas cuando su hijo le entregó las llaves de su casa de $2 millones. El chico había pagado un alto precio para cumplir el sueño de ella…
“Mamá, ¿cuándo vamos a vivir en una casa bonita?”, le preguntó Simón, de 13 años, a su madre. “Aquí hace demasiado frío”.
Anna no tuvo una respuesta rápida a esa pregunta. Sabía que eso no iba a suceder pronto. No tenía muchos ahorros y su salario apenas alcanzaba para pagar la comida y la educación de su hijo, que en ese momento estaba de vacaciones.
“Muy pronto… Nos mudaremos de aquí muy pronto, hijo”, dijo entre lágrimas. “Ahora, cierra los ojos e intenta dormir”.
Pero Anna no podía dormir tranquila. Era consciente de que “muy pronto” posiblemente nunca llegaría. Pasó la noche cerca de su hijo, con el corazón apesadumbrado y resignada a vivir en la pobreza.
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A la mañana siguiente, los amigos de Simón lo llamaron a jugar, pero él se negó; no se sentía de ánimo para eso. Salió a caminar solo y se quedó atónito: uno de los muchachos estaba recibiendo mucho dinero trabajando en un puesto de limonada.
“¡Vaya! ¡Eso es increíble!”, exclamó Simón. Él también quería montar un puesto y empezar a ganar dinero, pero apenas tenía una moneda de veinticinco centavos en el bolsillo. Se alejó muy decepcionado, pensando en qué podía hacer para mejorar las cosas en su vida.
“¡Tengo una idea!”, dijo, emocionado. “¿Por qué no lo pensé antes?”. Corrió a casa lo más rápido que pudo y estaba jadeando cuando llegó. De inmediato le pidió dinero a su madre.
“Pero hijo, no me queda mucho. Solo tengo $13 y los necesito para comprar pan y huevos. Es lo último que tengo hasta la próxima quincena, que es la otra semana”, se quejó Anna.
Simón era terco. “Mamá, créeme… solo dame ese dinero y no te arrepentirás… no te pido ni un centavo más, solo lo que tienes”.
Renuente y curiosa, Anna puso los $13 en las manos de Simón, esperando ver qué iba a hacer con ellos.
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Más tarde ese mismo día, el niño regresó a casa con un montón de paquetes en la mano. “¿Qué es eso?”, le preguntó ella. Pero él la ignoró y tomó una pala para comenzar a trabajar.
Anna vio con incredulidad como Simón comenzó a palear un lugar fuera de su remolque. Lo labró, hizo varios surcos y comenzó a romper los paquetes que había comprado.
“Simón, ¿qué estás haciendo?”, le preguntó Anna. “¿Son semillas? ¿Tenemos tiempo para todo esto? ¿Qué estás planeando?”.
El chico sonrió y después de terminar de sembrar el último paquete de semillas, miró a su madre y le dijo: “Mamá, ¡solo si sembramos hoy, cosecharemos mañana!”.
Al principio, Anna no entendió qué había querido decir su hijo con eso, pero durante las siguientes semanas, Simón trabajó muy duro en su jardín. Lo regó, arrancó las malas hierbas y se alegró al ver aparecer los primeros brotes frescos a través de las grietas de la tierra húmeda.
Pronto, el patio que alguna vez fue estéril se llenó de hierbas y plantas frescas. Anna estaba asombrada. Ella pensaba que serían solo para el consumo de ellos. Pero Simón no la dejó cuando fue a arrancar un tomate.
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“Mamá, no podemos consumir nuestros propios productos. Los voy a vender en el pequeño puesto que estoy montando… ¡Solo deberíamos consumir las sobras si queremos progresar!”, dijo. Anna estaba desconcertada.
Pronto, la gente quería llevar a casa los productos frescos de la huerta de Simón para una comida nutritiva. El chico había usado pesticidas naturales, y todo en su puesto se vendía tan pronto como se exhibía.
Poco a poco, comenzó a ganar más dinero de lo que pensaba. Pero luego se dio cuenta de que su jardín era demasiado pequeño para producir más. Lo amplió, y esta vez cultivó frutas y flores exóticas junto con vegetales.
Con más dinero entrando, Simón y su madre se pudieron mudar a una casa alquilada cerca de su remolque. Anna renunció a su trabajo y comenzó a ayudar a su hijo en el campo. Eso aumentó la determinación del jovencito.
Juntos, la madre y el hijo vendían sus productos saludables en su puesto, que ahora era más grande y atraía la atención de la ciudad.
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Pero su éxito no pasó desapercibido para el poderoso agricultor, Alex. Quería conocer al joven emprendedor para aprender los trucos del oficio y vencerlo en la carrera hacia la fama.
Un día, Alex condujo para encontrarse con Simón y se sorprendió al ver su jardín. Miró a su alrededor e inhaló profundamente, esperando el olor de los productos químicos, pero no percibió ninguno.
“¡Estoy sorprendido! ¿Cómo puedes cultivar productos tan saludables sin la infusión de pesticidas químicos, hijo?”, preguntó con curiosidad al chico.
Simón sonrió y dijo: “Los humanos solo podemos sobrevivir comiendo alimentos, no veneno. Entonces, ¿por qué alimentar a las pobres plantas con toxinas cuando tienes alternativas naturales para mantenerlas libres de insectos y plagas?”.
La respuesta del chico impactó a Alex. Estaba asombrado por el verdadero talento que tenía Simón y lo inteligente que era. Estaba admirado por sus habilidades y decidió formar equipo con él, así que lo invitó a trabajar en su granja.
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“No quiero que seas solo un trabajador, hijo. Puedes ser mi socio. Juntos, podemos cultivar buenos productos en mis terrenos, ¿qué te parece?”, ofreció el hombre.
Simón no podía creer lo que escuchaba y corrió hacia su madre para compartir la noticia. Le preguntó su opinión sobre si dar el próximo gran paso.
Después de pensarlo bien, Anna estuvo de acuerdo y permitió que Simón trabajara con Alex. Durante los siguientes meses, el jovencito logró equilibrar la escuela y el trabajo en la granja del hombre mientras cuidaba su pequeño jardín cerca de su remolque.
En poco tiempo, los esfuerzos combinados de Alex y Simón tuvieron éxito. Además de vender sus productos frescos a nivel local, comenzaron a hacerlo en los estados vecinos.
Dos años más tarde, Simón había ahorrado una gran cantidad de dinero y no veía la hora de cumplir el deseo de su madre. Con la ayuda de Alex, construyó una casa grande en el área donde una vez estuvo su remolque y sorprendió a Anna con las llaves de la casa.
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En ese momento, Anna se dio cuenta de que su deseo se había hecho realidad. Gracias al trabajo duro y al éxito de su hijo, tenían un hogar con todas las comodidades. Derramó lágrimas de alegría y abrazó a su hijo.
“Simón, hijo mío…”, gritó Anna. “Se supone que debes disfrutar tu infancia, pero sacrificaste toda la diversión y la compañía de tus amigos para hacerme sonreír. ¡Te quiero mucho!”.
“Oh, vamos, mamá, haría cualquier cosa por ti”, respondió Simón. “Siempre puedo reír y correr, pero no podía verte sufrir. Mi infancia no se ha ido a ninguna parte… ¡Además, siempre seré tu niño pequeño!”.
Aunque Simón se convirtió en un joven rico, aún agradecía el pequeño jardín que lo había catapultado al éxito. Continuó cosechando sus productos frescos, pero nunca más los vendió.
“Sabes, mamá, debemos mantenernos saludables y en forma. Necesitamos probar los frutos de nuestro arduo trabajo al final del día, ¡así que no los vamos a vender, sino a comerlos!”, rio.
Simón continúa estudiando, trabajando y ha encontrado tiempo para compartir con sus amigos. ¡Buena suerte, Simón! ¡Sigue adelante!
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Enseña a tus hijos los valores de la determinación y el trabajo duro desde muy pequeños. Anna crio a su hijo con buenos valores, y con solo 13 años, logró implementar un plan que cambiaría sus vidas para siempre.
- Si ves a tus padres luchar por salir adelante, ayúdalos de la forma en que puedas. A Simón le afectaba la pobreza en que vivía con su madre. En lugar de quejarse, trabajó duro, cosechó los frutos de su arduo trabajo y ayudó a su madre a tener una mejor vida.
Comparte esta historia con tus amigos. Podría alegrarles el día e inspirarlos.
Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien.
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