Un hombre rico queda atónito al ver los aretes de su difunta madre en las orejas de la mujer que limpia y al escuchar la increíble historia que ella reveló sobre sus propios orígenes.
Richard Cáceres quedó devastado cuando su madre falleció a la edad de cincuenta y seis años. La brillante y vivaz Berta murió debido a un repentino ataque al corazón, justo después de que la Sra. Díaz, que había estado con la familia durante 40 años, se jubilara.
El hombre miró alrededor de su enorme casa vacía y sintió que el aplastante silencio lo presionaba. Necesitaba ayuda para mantener en orden la vivienda.
Estaba sepultado en el trabajo y apenas podía hacerse cargo de la casa también. Decidió publicar un anuncio solicitando una empleada doméstica a tiempo completo, pero lo que encontró fueron problemas.
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Al principio, Beatriz Mendoza, la mujer de limpieza enviada por la agencia, parecía perfectamente aceptable. Era tranquila y educada, y si no era tan diligente como podría serlo, Richard hacia la vista gorda.
El solo hecho de tener a otra persona alrededor, escuchar pasos y sonidos inesperados, lo hizo sentirse menos solo. Él estaba sentado en su oficina, hablando con uno de sus representantes japoneses en Zoom cuando notó los aretes de Beatriz.
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Ella había entrado y Richard le había hecho un gesto para que se llevara una taza de café al final de su escritorio. Cuando la mujer se inclinó para recoger la taza, un mechón de su cabello cuidadosamente arreglado se deslizó y Richard notó sus pendientes.
Beatriz llevaba unos delicados aretes de oro con incrustaciones de lapislázuli y un brillo de pavé de diamantes. Ella estaba usando los pendientes favoritos de la madre de Richard, los pendientes con los que la había enterrado.
El hombre terminó rápidamente la llamada con su representante y miró a la mujer. De repente pareció como si hubiera algo astuto y familiar en su rostro, casi como si la hubiera visto antes.
“¿De dónde sacaste esos aretes?”, preguntó Richard con voz fría. Entonces Beatriz se tocó los pendientes. Luego enderezó su postura y ahora lucía como una mujer completamente diferente. “Se acabó el juego. No debí ponerme los aretes”.
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Richard se levantó de un salto de detrás de su escritorio y caminó hacia la mujer. “¡Esos eran los pendientes favoritos de mi madre! La enterré con ellos. ¡Así que dime dónde los conseguiste o llamo a la policía!”, dijo Richard.
Beatriz sonrió. “¡Vaya, Richard querido!”, dijo con tono burlón. “Berta era la favorita de mi mamá, pero en una ocasión nos regaló aretes idénticos… Y, por cierto, ¡YO soy tu mamá!”.
Richard se quedó sin palabras después de esa afirmación. “¿Qué?”.
“No seas tan grosero, querido”, se burló Beatriz. “¿Berta no te enseñó educación? Di ‘perdón, madre’”.
“¿De qué diablos estás hablando?”, gritó el hombre.
Beatriz se sentó en el borde del escritorio y sonrió. “Berta era mi hermana, mi hermanita. Ella siempre fue la obediente. ¿Yo? Quería más de la vida…”.
Le guiñó un ojo a Richard y metió la mano en su bolsillo. Luego sacó un paquete de cigarrillos y un encendedor. Encendió uno sin siquiera pedirle permiso al hombre. Aspiró humo con avidez y luego lo expulsó.
“Berta era muy aburrida… ‘Sí, madre, gracias, madre…’. Pero yo quería más de mi vida”, dijo Beatriz. “No quería casarme con un pueblerino escogido por mi madre y dirigir el negocio”.
“Entonces, cuando tenía 20 años, me escapé a otra ciudad y me convertí en corista”.
Richard estaba comenzando a sentir desagrado por la mujer. Ella continuó: “Así que me junté con un tipo de la mafia y terminé embarazada. No iba a criar a un mocoso, pero pensé que tener al hijo de Giusseppe podría ser una buena inversión”.
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“Regresé a casa con la intención de dejar al niño con mi querida madre solo para descubrir que ella había muerto. Así que te dejé con Berta”, se rio Beatriz burlonamente.
“¡Qué tonta! Inmediatamente comenzó a arrullarte. Me fui al día siguiente. Mi madre le había dejado todo, yo no recibí ni un centavo, ¡y ahora TÚ tienes todo! Pero estoy aquí por mi parte de la herencia”.
“No tienes parte”, dijo Richard con frialdad. “Ni de mi dinero ni de mi vida. ¡Lárgate!”.
“Ay, querido Richard”, dijo Beatriz. “¿Te dije dónde está tu papá ahora? ¡Está en la cárcel, pobrecito! Extorsión y asesinatos. ¿No te parece inspirador? ¿Cómo crees que reaccionará la gente cuando sepa que tu papá es un mafioso convicto?”.
“¿Qué quieres?”, preguntó el hombre.
“Dos millones en efectivo para empezar”, dijo la mujer. “Podemos hablar sobre el resto de la herencia más tarde”. Richard estuvo de acuerdo, pero estaba pensando furiosamente en cómo evitar la extorsión de la mujer.
Dos días después, el hombre se presentó en el parque de casas rodantes donde vivía Beatriz y le entregó una maleta llena de dinero. “¡Gracias, Richard!”, dijo la mujer con tono burlón.
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“¿No te da vergüenza chantajear a tu propio hijo?”, preguntó el hombre amargamente. “¡Es el más bajo de los crímenes!”.
“¿Chantaje?”, preguntó ella. “¡Pero es mi especialidad! He chantajeado a más pueblerinos de los que puedo contar… ¡Eres mi último cliente!”, dijo la mujer riéndose. Richard se dio media vuelta y salió por la puerta.
Beatriz se giró hacia la maleta y empezó a manosear los fajos de billetes con avidez. De repente se quedó sin aliento. ¡Solo la capa superior era dinero real! ¡Debajo era todo papel! Volteó el maletín y rebuscó frenéticamente.
Entonces se cayó un sobre grande. La mujer pensó que el sobre era extrañamente pesado, por lo que le dio la vuelta y se cayeron 30 dólares de plata y una nota.
El escrito decía: “Grabé nuestra conversación. A menos que quieras unirte a mi padre en prisión, es mejor que te vayas de la ciudad o la entregaré a las autoridades”.
“Eres despreciable. ¿Traicionarías a tu propia carne y sangre por dinero? Tú no eres mi madre. Berta era mi mamá”.
La mujer se quedó mirando las monedas que tenía en la mano durante mucho, mucho tiempo. Se estaba haciendo demasiado mayor para las estafas. Pronto sería aún mayor y estaba sola en el mundo.
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Un año después, se acercó a Richard y le pidió que le diera una segunda oportunidad. El hombre pensó en lo que habría hecho su madre y la invitó a almorzar. Tomó mucho tiempo, pero él le dio a Beatriz una segunda oportunidad y ella hizo todo lo posible para merecerla.
¿Qué podemos aprender de esta historia?
- El amor y la devoción son lo que hace a un padre, no la biología. Beatriz pudo haber sido la madre biológica de Richard, pero su verdadera madre era Berta, quien lo amó y cuidó de él toda su vida.
- La traición siempre se paga. Beatriz nunca imaginó que Richard la engañaría para que confesara sus crímenes.
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Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien.
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