Una mujer cuya hija estaba confinada a una silla de ruedas robó el dinero para la cirugía de la niña y la abandonó a ella y al padre de la pequeña.
La bella Georgina era una mujer ambiciosa. Algunos quieren ser los mejores en sus profesiones o los más ricos, pero ella quería ser el centro del mundo, aunque fuera solo en su propio mundo personal.
Se casó con un encantador hombre mayor con buena posición económica que la adoraba y la trataba como a una princesa, pero cuando Georgina dio a luz a su hija Mia, todo cambió: ella ya no tenía toda la atención.
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Tan pronto como la mujer se dio cuenta de cuánto su esposo amaba a su hija, se puso furiosa. Ella había traído a su propia rival al mundo, y no había forma de desplazarla.
Cuando Mia tenía dos años, Georgina había solicitado el divorcio y exigido la custodia principal de la niña. Luchó con uñas y dientes para impedir que su exmarido tuviera contacto con su hija.
Hizo acusaciones viciosas y rechazó virtuosamente cualquier compensación económica, diciéndole al juez con los ojos llenos de lágrimas que su única preocupación era la felicidad de su pequeña.
El juez le creyó a la madre, y el juicio en el tribunal de familia fue la última vez que el padre de Mia vio a su pequeña. Lamentablemente, el hombre con el corazón roto falleció poco después, tras haber gastado una fortuna tratando de mantener la custodia de su hija.
Cuando Mia tenía cuatro años, Georgina conoció a Hernán Fernández, un hombre tímido y amable que se enamoró profundamente de ella. Él era un contratista que nunca antes se había casado y no tenía interés en los niños.
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Era amable con Mia de una manera vaga, pero adoraba a Georgina de la misma manera que algunos hombres se dedican a la religión. Finalmente, la mujer era feliz, pero el idilio se hizo añicos cuando su hija tenía ocho años.
Mia era una niña feliz y autosuficiente, y no había nada que le gustara más que correr con sus amigos y tener lo que ellos llamaban “aventuras”.
Hernán había construido una casa en el árbol en el patio trasero, y ahí era donde la niña y sus amigos pasaban el rato los fines de semana e inventaban travesuras infantiles.
Una tarde, la pequeña subió la escalera a la casa del árbol como lo había hecho un millón de veces antes, pero algo salió mal. Tal vez se resbaló, nadie lo sabía.
Hernán y Georgina fueron alertados por los gritos horrorizados de los niños y corrieron para encontrar a Mia tirada al pie del árbol.
La niña había sufrido varias lesiones, pero la más grave fue en la columna. Los médicos explicaron que las posibilidades de que volviera a caminar eran muy escasas.
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Había un nuevo tratamiento revolucionario en Europa que había mostrado resultados prometedores en niños, pero era prolongado y muy costoso, y el seguro médico de Hernán y Georgina no lo cubría.
“Voy a vender la casa”, le dijo el hombre a su esposa. “Será suficiente para que Mia reciba su tratamiento. Ve con ella a Europa…”.
“¿Vender la casa?”, preguntó Georgina, desconcertada. “¿Por qué harías eso?”.
Hernán dijo en voz baja: “Porque es la mejor oportunidad para que Mia vuelva a caminar”.
“Pero, ¿y yo?”, preguntó Georgina.
Esta vez el hombre estaba desconcertado. “No entiendo”, dijo. “Irás a Europa con Mia para el tratamiento, por supuesto”.
Georgina estaba indignada. “¿Vas a vender nuestra casa?”, exigió. “¿Dónde vamos a vivir? ¿En algún apartamento diminuto? ¡No estoy de acuerdo! No hay garantía de que el tratamiento funcione y lo perderíamos todo”.
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Debido a esto, el hombre accedió a regañadientes a sacar una hipoteca sobre la casa para pagar parte del tratamiento de Mia. La escuela de la niña también comenzó a recaudar fondos y el resto del dinero apareció milagrosamente.
Hernán estaba encantado. Corrió al lado de Mia y tomó su mano. “Hola, cariño”, dijo con ternura. “¿Adivina qué? Tú y tu mamá se van de viaje y todo va a mejorar”.
Georgina vio la ternura en el rostro de su esposo y una furia oscura llenó su corazón. ¡Una vez más, su hija la había suplantado en el corazón de un hombre!
Una semana más tarde, Hernán se sorprendió al llegar a casa del trabajo y ver que Georgina se había ido, junto con la enorme suma de dinero reservada para el tratamiento de Mia.
Estaba devastado y no podía imaginar cómo le iba a dar la noticia a la niña. No habría tratamiento, y su mamá la había abandonado. Él estaba decidido a hacer lo mejor posible por el bien de la niña.
Pasó semanas preparando la casa para Mia y su silla de ruedas, y le organizó una fiesta de bienvenida, a la que invitó a todos sus amigos.
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La nueva vida de Hernán y la pequeña tomó forma lentamente. Mia se adaptó a su silla de ruedas y pronto era casi tan rápida sobre dos ruedas como lo había sido sobre dos pies e igual de traviesa.
Hernán se dedicó de lleno a su trabajo, decidido a ganar tanto dinero como pudiera. Los médicos habían dicho que el tratamiento era más efectivo en niños de hasta 10 años, por lo que el tiempo era corto.
Seis meses después de la lesión de Mia, el hombre fue contratado por una rica mujer mayor para restaurar su hermosa mansión victoriana. Era un trabajo enorme, y pagaba muy bien.
Hernán esperaba que fuera el primero de muchos trabajos similares para poder ahorrar el dinero que necesitaban. Empezó a trabajar los fines de semana y a veces llevaba a Mia con él.
La mujer se encariñó con la niña alegre y bulliciosa que no permitía que la silla de ruedas le robara la alegría. Le preguntó al padre sobre la lesión de su hija y él le contó toda la triste historia.
Para sorpresa de Hernán, dos días después, su adinerada clienta le entregó un cheque por la cantidad exacta necesaria para el tratamiento. Una vez que terminó el trabajo en la mansión, el hombre y Mia se fueron a Europa.
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El tratamiento fue un éxito, y un año después, la niña estaba de nuevo caminando y viviendo una vida completamente normal. Los años pasaron rápidamente y, de repente, Mia tenía catorce años y se estaba convirtiendo en una hermosa joven.
Fue entonces cuando recibieron una visita inesperada. Era un sábado por la tarde y la jovencita regresaba de nadar en la piscina de una amiga cuando vio a una mujer parada en el porche tocando el timbre.
La chica se acercó y la mujer se dio la vuelta. ¡Era Georgina! “Disculpa”, le dijo a Mia. “¿Sabes si Hernán Fernández todavía vive aquí?”.
“¿Mamá?”, preguntó la jovencita, incrédula. “¿No me reconoces?”.
Georgina quedó boquiabierta mientras miraba a la hermosa y delgada muchacha parada sobre sus propias piernas. “¿Lograste volver a caminar?”, preguntó, luego se apresuró hacia adelante con los brazos abiertos. “Ay, mi dulce niña…”.
Pero para su sorpresa, Mia la esquivó. “¿Qué haces aquí, mamá?”, preguntó, justo cuando Hernán abrió la puerta, limpiándose las manos harinosas en el delantal.
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“Hija”, dijo. “Es noche de pizza…”. Entonces vio a Georgina. “¿Qué estás haciendo aquí?”, preguntó con frialdad.
“Mi vida”, dijo la mujer con sus ojos llenándose de lágrimas. “Ay, cariño, lo siento mucho… estaba muy asustada y no podía soportar ver a mi pequeña niña en tan mal estado”.
“¿Te das cuenta de que tomaste el dinero que la habría ayudado a recuperarse?”, preguntó Hernán.
Georgina buscó a tientas una excusa y no pudo encontrar una, así que se quedó en silencio. “¿Supongo que se acabó el dinero?”, preguntó el hombre. “¿Es por eso que estás aquí?”.
“No”, sollozó la mujer. “Te extrañé a ti y a mi niña… Quería volver a casa…”.
“Esta ya no es tu casa, mamá”, dijo Mia en voz baja. Pasó junto a Georgina hacia la entrada de la vivienda y cerró la puerta. La mujer se quedó donde se había colocado, fuera de la familia que había abandonado.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- La familia es nuestro mayor tesoro. Georgina nunca entendió que una familia se trata de amar a cada persona y cuidarla.
- El verdadero carácter de las personas se conoce durante los tiempos difíciles. Después de la lesión de Mia, Hernán demostró ser un padre amoroso y devoto, y Georgina mostró su verdadera faceta egoísta.
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