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Anciana le dice a vecina que va a ser desalojada: los vecinos se unen para comprarle una casa – Historia del día

Una anciana es desalojada del que fuera su hogar por los últimos cincuenta años, y teme que tendrá que vivir en un hogar de retiro. Sin embargo, recibe la mejor de las sorpresas de las personas más inesperadas.

“Es culpa de todas estas familias nuevas”, pensó Bárbara. En los últimos cinco años, el antiguo y acogedor vecindario había caído en un proceso de gentrificación, como lo llamaron los agentes inmobiliarios.

Uno por uno, sus viejos amigos se vieron obligados a vender o sus contratos de arrendamiento fueron rescindidos por propietarios codiciosos, decididos a ganar dinero rápido.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Unsplash

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“Los odio”, gritó Bárbara, con lágrimas en los ojos. “¡Los odio!”.

Bárbara había estado viviendo en la misma casa durante más de cincuenta años. Ella y su difunto esposo se habían mudado cuando el mayor de sus hijos tenía siete años y el menor dos. Los había criado en ese lugar y enterró a su esposo viviendo allí.

Arrugó el aviso de desalojo entre sus dedos hinchados. Su casero quería que se fuera. Iba a remodelar la casa y venderla. No le importaba lo que le pasara a Bárbara.

Sus hijos seguían presionándola para que se mudara a un hogar de ancianos. El mayor le había dicho: “¡Es lo mejor que te pudo haber pasado, mamá! Múdate a una residencia y allí te cuidarán”.

Pero Bárbara no quería ir a ninguna residencia de ancianos. Quería vivir en su propia casa, con sus recuerdos y sus cosas a su alrededor.

Se sentó en el porche y comenzó a llorar. Tenía ochenta y un años y no sabía qué hacer ni adónde acudir en busca de ayuda y apoyo. Escuchó una voz que decía suavemente: “¿Estás bien?”.

Una de sus nuevas vecinas estaba de pie junto a su puerta; era una mujer joven con cabello largo y oscuro que vestía un traje elegante y tacones altos. “¿Quién diablos usaba tacones altos en la calle?”, se preguntó la anciana.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

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“Estoy bien”, respondió y se secó rápidamente las lágrimas en las mejillas. “¡Y si no lo estoy, no es asunto tuyo!”.

“Estás equivocada”, dijo la joven. Abrió la cerca y caminó hacia Bárbara. “Mi madre siempre me dijo que como seres humanos debemos cuidarnos unos a los otros. Somos una comunidad. Eso es lo que es un vecindario. Entonces, ¿por qué no me dices qué está pasando?”.

“Tengo 81 años”, le dijo Bárbara a su vecina. “Me están desalojando de mi casa y mis hijos quieren que vaya a un hogar de ancianos. ¡Yo no quiero eso! ¡Quiero vivir mi vida con dignidad hasta el final! Que la gente no me diga qué comer, a qué hora levantarme o qué hacer ¡Quiero vivir en mi propia casa!”.

Bárbara rompió a llorar una vez más y la joven le pasó el brazo por los hombros. “¿Cuándo tienes que irte?”, le preguntó.

“Para fin de mes”, dijo Bárbara. “¡Y no puedo pagar otro lugar!”.

“Bueno”, dijo la joven. “No pierdas la esperanza. ¡Nunca sabes lo que puede pasar!”.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

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Dos semanas después, Bárbara estaba ocupada empacando sus pertenencias en cajas de cartón cuando la joven llamó a su puerta. Con ella iban dos hombres y otra mujer.

“¡Hola, Bárbara!”, dijo la joven. “Hemos venido a ayudarte con la mudanza”.

“¿Mudarme a dónde?”, preguntó Bárbara, desconcertada.

“Bueno, ¿conoces esa gran casa verde, dos calles más abajo?”, preguntó la joven.

“Sí”, dijo Bárbara.

“Hay una casita al lado”, dijo la mujer, sonriendo. “Todos en el vecindario nos reunimos y la compramos para ti. Te mudarás allí”.

Bárbara la miró sorprendida. Ella presionó sus manos contra su boca. “¿Tú hiciste eso?”, le preguntó a la joven. “¿Hiciste esto por mí, una completa extraña?”.

“No eres una extraña, Bárbara”, dijo la mujer con delicadeza. “Eres un maravilloso ser humano que necesitaba ayuda”.

“Estuve rezando con mucha fe”, dijo Bárbara. “¡Y esta es la respuesta perfecta a mis oraciones!”.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

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¿Qué podemos aprender de esta historia?

  • Siempre que tengas la posibilidad, ayuda a tu prójimo: Aunque resulta tentadoramente sencillo ignorar los problemas de los demás, la verdad es que unidos resulta fácil ayudar al necesitado y la recompensa es verlos sonreír.
  • El odio es uno de los peores sentimientos y no debemos alimentarlo: Bárbara sentía animadversión por sus nuevos vecinos y resultó que justamente ellos hicieron lo necesario para ayudarla en su problema.

Comparte esta historia con tus amigos. Podría alegrarles el día e inspirarlos.

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