Los hijos de Victoria solo la visitaban en Navidad, pero ese año su hijo descubrió que ella trabajaba como limpiadora en una tienda. Pensó que nunca más sabría de él hasta que escuchó un golpe en su puerta.
Victoria sostenía una escoba con fuerza en sus manos, pero había dejado de limpiar abruptamente al ver al hombre que acababa de entrar en la tienda donde trabajaba. Era su hijo, Mateo.
Él la miró con los ojos muy abiertos, y su expresión era de asombro. Victoria sonrió y comenzó a caminar hacia él, pero Mateo se dio la vuelta y salió corriendo de la tienda.
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A ella le sorprendió su reacción. Mateo siempre había sido muy cercano a ella, pero algunas cosas cambian cuando crecen. Decidió hablar con él más tarde y continuó con su trabajo.
Diez años atrás, tras la muerte de su esposo, sus hijos, Mateo y Marina, sugirieron vender su casa grande y comprar un cómodo apartamento, que sería más fácil de mantener. Querían usar el resto del dinero para iniciar sus respectivos negocios.
Eventualmente, sus esfuerzos despegaron y estaban tan ocupados que apenas conversaban con madre de vez en cuando. Victoria pronto descubrió que el dinero de su pensión no le alcanzaba para cubrir sus gastos.
Entonces, a los 65 años, comenzó a trabajar como limpiadora en una mueblería en el centro comercial. El trabajo era agradable y ella era lo suficientemente joven para hacerlo. Ahora tenía suficiente dinero para pagar sus cuentas y había comprado regalos navideños para todos.
Sin embargo, no se lo había contado a sus hijos por temor a cómo podrían reaccionar. Ahora, se arrepentía de no haberlo hecho. Mateo parecía avergonzado después de verla. Pero ella lo llamaría más tarde para explicarle todo.
“Lo siento, madre. Estoy ocupado en este momento. ¿Puedo llamarte más tarde?”, dijo su hijo esa noche cuando Victoria llamó para explicarle. Se preocupó y se mordió el labio.
“Hijo, es importante que hablemos sobre lo que ocurrió hoy…”.
“Adiós, madre”, dijo su hijo enfáticamente, y cortó la llamada.
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Ella no podía entender lo que estaba pasando. La reacción de Mateo parecía una exageración. Ser limpiadora no era nada de lo que avergonzarse, era un trabajo honesto. Decidió llamar a su hija y ver si sabía por qué su hijo estaba actuando así.
“Mamá, estoy ocupada. Te llamaré más tarde”, dijo Marina tan pronto como escuchó la voz de su madre. Victoria quedó desconcertada.
“No importa. Los veré en Navidad y les explicaré todo”, se dijo.
Desafortunadamente, ninguno de ellos volvió a llamarla. Siempre celebraban Navidad en una de sus casas, pero Victoria no tenía idea de cuál de sus hijos sería el anfitrión de la celebración este año. Estaba empezando a preocuparse.
Dos días antes de Navidad, se sentó con su vecina, Lorena Álvarez, y descargó todas sus preocupaciones.
“Estoy segura de que te llamarán pronto, amiga”, dijo ella, después de escuchar toda la historia. Estaban en la sala de estar de Victoria, comiendo galletas y tomando café.
“No sé. Nunca habían actuado así. Ya no contestan mis llamadas. No entiendo por qué. No estoy haciendo nada malo. ¿Y si no me invitan para Navidad? ¿Qué haré?”, preguntó Victoria, sosteniendo su taza un poco más fuerte mientras los pensamientos ansiosos se apoderaban de ella.
“No te preocupes. Si no te invitan, vendrás a mi casa. Pero, sinceramente, yo tampoco lo entiendo. No hay nada de malo en tu trabajo”, dijo su vecina Lorena, llevándose una galleta a la boca.
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Lorena, que era contemporánea con Victoria, vivía en el ático del mismo edificio. Toda su familia se reunía en su hogar por el espacio, así que la Navidad con ellos sería divertida.
Pero Victoria quería pasar las festividades con su familia. La situación era muy dura. ¿Por qué estaban actuando de esta manera? ¿Por qué la estaban ignorando?
Las dos mujeres terminaron su café y Lorena se fue, prometiendo que todo estaría bien y dándole un cálido abrazo a su amiga.
Lamentablemente, llegó la mañana de Navidad y no había recibido ninguna llamada de Marina o Mateo. Victoria lloró profundamente toda la mañana. Miró los regalos debajo de su árbol y se entristeció mientras iba a preparar su desayuno.
De repente, tocaron la puerta. “Probablemente sea Lorena. Supongo que tendré que aceptar su invitación a la cena de Navidad”, pensó Victoria con tristeza mientras caminaba hacia su puerta.
“¡SORPRESA!”, gritaron sus hijos y nietos en la puerta.
Victoria se agarró el pecho, sobresaltada, pero de inmediato sonrió de felicidad. “¿Qué están haciendo aquí?”.
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“¡Estamos aquí para verte, abuela! ¡Este año pasaremos la Navidad aquí!”, dijo Elizabeth, la hija de Marina. Tenía diez años y era la mayor de sus nietos.
Los otros cuatro tenían entre cinco y nueve años, y todos entraron rápidamente al apartamento, yendo directamente a buscar sus regalos debajo de su árbol.
“Todos, cálmense. Acomodémonos primero y la abuela les dará sus regalos”, dijo Marina. Luego miró a su madre. “Mamá, ¡hola!. Lo siento, no llamamos antes. Pero esto no fue algo planeado”.
“No te preocupes. ¡Adelante! ¡Adelante!”, respondió Victoria con emoción, invitándolos con un gesto de su mano. El esposo de Marina entró detrás de ella, y luego la esposa de Mateo, quien le dio un fuerte abrazo.
Mateo entró de último y miró a su madre a los ojos. Victoria le devolvió la mirada y se le llenaron los ojos de lágrimas. Se dieron un gran abrazo.
“Lo siento mucho, mamá. Yo… no sé qué me pasó cuando te vi en esa tienda”, dijo, sin soltarla.
Victoria estaba muy feliz. “¿Te avergonzaste de mí?”.
“Al principio, pensé que era eso. No podía creer que mi madre fuera una señora de la limpieza. Pero luego, después de recibir esa llamada de tu vecina, me di cuenta de que estaba más avergonzado de mi mismo”, respondió Mateo.
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“¿Mi vecina?”, preguntó Victoria, alejándose un poco para mirar a los ojos de su hijo.
“Sí, la señora Álvarez. Me recordó que vivía en este edificio. Nos conocimos cuando te mudaste y le mi información de contacto en caso de emergencias”, respondió Mateo.
“Ella me llamó y me regañó por no invitarte a Navidad y por no contestar tus llamadas. Luego dijo que debería avergonzarme de mí mismo por tener un negocio exitoso y hacerte trabajar duro solo para vivir. Fue entonces cuando entendí”.
“¿Qué entendiste?”, preguntó Victoria.
“Que estaba avergonzado porque nunca te devolví el dinero de tu casa. Quiero decir, nos lo diste generosamente y nunca nos has pedido nada. Y aunque ahora tenemos dinero, un automóvil caro y remodelamos nuestra casa, y tú no tienes para pagar tus cuentas”.
“Me sentía muy mal, y no podía lidiar con eso. Pensé que estaba enojado contigo, pero entendí que era conmigo”, explicó Mateo.
En ese momento, Victoria sintió una mano en su espalda. Era Marina. “También me sentí muy enojada contigo por no decirnos que necesitabas dinero. Por no decirnos que estabas limpiando una tienda”.
“Pero era yo la que te había fallado. No deberías tener que trabajar cuando el dinero que nos diste debía ser más que suficiente para mantenerte por el resto de su vida. No puedo creer que nunca antes hayamos considerado en devolvértelo”, reflexionó su hija.
“No tenían que hacerlo. Está bien”, comenzó Victoria, pero Marina la interrumpió suavemente.
“Claro que tenemos que devolverle el dinero, especialmente después de esa reprimenda de la señora Álvarez. También me llamó. Me dijo que trabajaste muy duro para que nuestros hijos pudieran recibir regalos de su abuela y para que no tuviéramos que preocuparnos por ti”, continuó Marina.
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Victoria sonrió e hizo una nota mental para agradecer a Lorena por hacer eso. “Olvidemos esto por ahora, ¿de acuerdo?”, dijo a sus hijos y se volvió para mirar a sus nietos. “¡Es hora de que todos abran los regalos!”.
Pasaron la mejor Navidad en familia, una que Victoria nunca olvidaría. Marina y Mateo finalmente le devolvieron el dinero y comenzaron a depositar dinero en su cuenta para cubrir sus gastos.
Pero Victoria prefirió no renunciar a su trabajo. Lo disfrutaba mucho, en especial le divertía charlar con sus compañeros. Se retiró a los 70 años, y sus hijos nunca más volvieron a ignorar sus llamadas
¿Qué podemos aprender de esta historia?
- El trabajo honesto nunca debería causar vergüenza. Trabajar para ganarse la vida siempre es algo digno, sin importar cuál sea la labor que se desempeña.
- No olvides los sacrificios que tus padres hicieron por ti. Marina y Mateo se olvidaron del dinero que les dio su madre para iniciar sus empresas. Pero alguien se encargó de recordárselos a tiempo.
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Este relato está inspirado en la historia de un lector y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien.
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